Rocío Acosta tiene veintidós años y vive en el barrio Mariló. A los diecisiete, se enteró que estaba embarazada y que su pareja tenía cáncer. Dos años después de su muerte, Rocío decidió volver a empezar.
Rocío saca unas tortas fritas de la sartén, las espolvorea con azúcar y las lleva a la mesa. Al sentarse, Hugo le acerca un mate. Con una mano ceba y con la otra sostiene a Brisa, la bebé recién nacida. La nena balbucea y levanta los brazos buscando a su mamá. Rocío, con la ayuda de su pareja, la alza y le da un beso.
El recuerdo de los mates con Hugo, su compañero de vida, la emociona hasta las lágrimas. Rocío cuenta su historia mientras prepara unas empanadas santiagueñas, su plato favorito. Lo aprendió de Hugo, con quien compartía la pasión por la cocina. Ya pasaron dos años y tres meses desde su partida.
Rocío tiene veintidós años y una sonrisa grande. Desde los doce participa en diferentes espacios de la Fundación Franciscana: grupo de jóvenes, psicología, campamentos. También trabajó en el área de limpieza. Antes de cumplir dieciocho años, se enteró de la llegada de Brisa, su primera hija.
“Me sorprendió la noticia. Yo quería quedar embarazada más adelante. Igual, fue una emoción grande para todos", recuerda Rocío.
La llegada de Brisa provocó una revolución. Con la ayuda de su familia, Rocío y Hugo construyeron una pieza en el terreno de su abuela y se mudaron. Rocío estaba en cuarto año de secundaria. Al poco tiempo, dejó la escuela para criar a su hija.
El 21 de junio de 2015 (Día del Padre), Hugo volvió del trabajo con vómitos y fiebre. Tres días después, una hematóloga del hospital Paroissien le dio la peor noticia: Hugo tenía leucemia mieloide, la misma enfermedad con la que Rocío había despedido a su suegra años atrás. Lo que vino después fue una nueva revolución: salir a las cuatro de la mañana a las sesiones de quimioterapia, desde Moreno a Isidro Casanova; ir a trabajar sin dormir; dejar a Brisa con un año y medio al cuidado de su familia. Fueron meses de corridas y dolor.
“Muchas veces me quedaba en el hospital porque no tenía para el pasaje. Cuando llegaba, era darle un beso a la nena y tener que irme. Yo estaba sin dormir ni comer y él iba empeorando."
Cuando iba a limpiar a la Fundación, Rocío llevaba los estudios de Hugo al equipo Social, preguntaba dónde podía hacer algún análisis y contaba cómo se sentía. "Voy a la Fundación desde los doce años. En ese tiempo difícil, yo sabía que estaban", recuerda. En diciembre de 2015, tras una larga lucha contra la leucemia, Hugo se fue. Fue la Navidad más difícil de todas. Dos meses después, en el medio del duelo, Rocío se enteró que estaba esperando a una nueva hija: Alma.
Un año después, Rocío encontró una posibilidad para volver a empezar. Su padrino le presentó a un amigo, Eduardo, con quien empezaría a construir una nueva relación. Con su ayuda pudo criar a Brisa y Alma y, además, decidieron tener una nueva hija: Nicole.
“Mis hijas me sorprenden todos los días. Ellas me dieron el empujón para salir adelante."
Hace unos días, Brisa se cayó jugando con su primo y se lastimó. Rocío y Eduardo la llevaron al hospital Posadas y se enteraron que tenía plaquetas y glóbulos blancos bajos, anemia y bajo peso. A raíz de la enfermedad de su papá y su abuela, Brisa debe someterse a controles periódicos y a un tratamiento especial.
En la actualidad, habiendo cumplido un año de pareja con Eduardo, Rocío decidió retomar la escuela y volver al espacio de terapia de la Fundación. Su sueño es terminar la secundaria y estudiar enfermería. Además, sacó un crédito de ANSES para agrandar la habitación y construir una pieza arriba para las chicas.
Las empanadas están listas. Eduardo llega justo a tiempo caminando con Brisa de la mano. Vienen del jardín de infantes. Alma, de un año y medio, mira los dibujitos animados en la tele y Nicole, de cuatro meses, duerme tranquila en su cuna. En un rato estarán todos juntos compartiendo la mesa.
“Cuando miro para atrás pienso que no sé de dónde saqué tanta fuerza. Mi familia me ayuda mucho con las nenas para que pueda retomar el secundario. Por ellas tengo que seguir."
Embarazos no intencionales en la adolescencia
El embarazo no planificado en adolescentes es una situación presente en todo el país. Según datos de Amnistía Internacional, en Argentina, 300 adolescentes se convierten en madres cada día y la mayoría admite que el embarazo no fue planificado.
Al respecto, Felicitas Jordán, psicóloga y encargada del Grupo de Mujeres de la Fundación, explica que los embarazos adolescentes no sólo se relacionan con la falta de educación sexual sino, también, con la construcción de un proyecto de vida:
“Para muchas chicas en contextos de vulnerabilidad social, un embarazo no buscado viene a resignificar una identidad: soy alguien para alguien. La llegada de un hijo es de tal importancia que muchas quedan totalmente postergadas en su proyecto de ser mujeres. Toda la mirada está puesto en su hijo.
Necesitamos acompañar a las mujeres, brindarles espacios grupales de escucha y contención, trabajar con ellas para que puedan ser madres y que, también, puedan desplegar otros roles."
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