Cesar "el Colo" Ortiz, encargado del Programa Campamentos, cuenta su experiencia en la Fundación. Desde su llegada a Mariló hasta los últimos viajes a Mar del Plata con los participantes.
César Ortiz, el Colo para todos, es enfermero y encargado del programa Campamentos. Vive en Mariló hace 20 años y en este tiempo, vio la transición de la Casa de Jóvenes y el sueño de la Fundación hacerse realidad.
César Ortiz (31), conocido por todos como “el Colo”, recuerda su primer campamento: dormir en cabaña, caminar por los cerros, hacer refugios y juegos nocturnos, armar un volcán con piedras. En ese entonces, su familia vivía en Mendoza y él ni siquiera imaginaba el significado que cobrarían aquellas primeras experiencias años después.
Por el trabajo de su padre -veterano de Malvinas y miembro de las Fuerzas Armadas- la familia Ortiz vivió en varios lugares. Para él, único varón y en el medio de dos hermanas mujeres, relacionarse entre tantas mudanzas no fue sencillo. “Me crié con esa dificultad de relacionarme en el barrio, ciertas desconexiones. Así hasta que tuve 11 años y vinimos de forma definitiva a Mariló”, cuenta.
Instalarse en el barrio fue para toda la familia el inicio de una nueva vida. “Empezamos de nuevo. Acostumbrarnos al lugar, generar amistades. Para mí fue muy bueno empezar catequesis y conocer un grupo de chicos más grandes de la Capilla”, recuerda.
Sus primeros años en la Fundación
De esta manera comenzó a participar de un taller de carpintería para varones. Así nació un grupo de amigos que sigue unido hasta el día de hoy. “Pude ver la transición de la Casa. Antes, Casa de Formación y hoy Casa de Jóvenes. Pasó de ser un grupo exclusivamente de varones que aprendían carpintería a lo que es hoy. Ampliamos la participación, se abrió la casa a la comunidad”, explica.
Cuando terminó el secundario, nació su necesidad de buscar empleo. “Ya con 18 años no podía depender de mis padres. Mi papá estaba sin trabajo. Necesitaba trabajar y valerme por mi mismo”, desarrolla.
Decidido, arrancó sus primeros empleos. Trabajó en el área de limpieza de una empresa que ofrecía servicios hoteleros, hizo restauraciones de imágenes religiosas de yeso. Hasta que en marzo de 2004 ingresó como soldado voluntario para la Fuerza Aérea y allí estuvo nueve años y medio que para él “fueron diez”.
A través de anécdotas y risas recuerda sus años en la Fuerza Aérea. Arrancó ocupándose de la jardinería y albañilería para luego cambiar de rol: trabajar en oficina, salas de arma, asistir a los jefes de brigada, estar como camillero y ambulanciero en Sanidad. “Para mí fue más que un trabajo. Pude disfrutar de muchas actividades lindas y recreativas, aprender muchísimo y en el medio tener la oportunidad de estudiar. Con el tiempo intenté hacer valer mi título pero no se dio”, explica.
“Salía de misa y me contaron sobre la idea de hacer algo con la comunidad. Nunca imaginamos que la Fundación sería lo que es hoy.”
Pudo llegar a un acuerdo con su jefe y, a través de mucho sacrificio, con guardias de 24 horas, sin francos y pocos días de descanso, inició y finalizó sus estudios de Enfermería. “Empecé como probando y me gustó mucho. La relación del enfermero con el paciente, la diversidad de todo lo que podés hacer: desde reanimar una persona o curar raspones en un mismo día. Lo divertido y triste del trabajo. Esto me mantiene activo”, dice.
Una nueva propuesta
En esos años de tantos cambios –trabajo, estudio, noviazgo– se sumó a su vida algo más. “Salía de misa y Tomi Ciminari (hoy coordinador de proyectos y uno de los fundadores) me contó sobre la idea de hacer algo con la comunidad: desde donde partían, qué querían hacer. Nunca imaginamos que sería lo que es hoy. Me acerqué para dar una mano en lo que se necesitaba. Reparar la casita donde se daba el apoyo escolar, laburar en la limpieza del parque”, ejemplifica.
En el tiempo que podía, comenzó a ocuparse del área de mantenimiento. Dos meses después y también a la salida de la misa, Tomás se acercó con una nueva propuesta. “Yo había propuesto pensar el tema de los campamentos, que una persona se encargue, que se organice mejor. Nunca pensé que esa persona podía ser yo y mucho menos que campamentos sería un proyecto aparte del que me encargaría”, reconoce.
Con su mujer, Ale, y amigas de ella y amigos de él comenzaron a soñar el proyecto. “Tratamos de imaginar cómo sería. En el momento fue raro. Había que convocar y conocer a los chicos, recaudar los fondos, ya que económicamente era caro, pensar los encuentros. El inicio fue a prueba y error”, rememora.
Entre enero de 2014 y octubre de 2015, los chicos de Campamentos viajaron a: Bariloche, dos veces a Mar del Plata, dos veces a San Antonio de Areco y a Tigre. Antes de que termine el año, volverán a Mar del Plata y a Areco.
Con el paso de los años en el programa, llegan a su memoria incontables anécdotas y momentos inolvidables. Sin embargo, el campamento a Bariloche en el 2014 será una experiencia que siempre recordará y que, según él, le mostró a través de los chicos los valores que promueve el programa. “A la ida al refugio Frey acompañábamos a una participante que por su sobrepeso no podía acelerar el paso. Fue muy difícil llegar, íbamos lento y eso cansó al grupo. Trabajaron en equipo, acompañaron, hubo enojos también, pero se pudo. Después, todos querían volver con ella”, destaca.
A la vuelta del refugio, el grupo se dividió para que unos pudieran adelantarse. El grupo más rezagado comenzó a tardar más de lo esperado: se agotaba el agua y la comida. La sorpresa del Colo fue cuando vio que algunos de los que habían avanzado, retrocedieron para acompañarlos y abastecerlos. “Casi llegando, ella se sienta, rompe en llanto. Yo no entendía que estaba pasando, ´¿qué hice mal?´, me preguntaba. Me dijo que lloraba de emoción, de ver lo que había logrado. Se dio cuenta de que era capaz y que nunca más nadie podría decirle `no podés´. Su actitud de ahí en más fue otra”, elogia.
Todo lo aprendido
A lo largo de estos años, reconoce haber aprendido a “cultivar la paciencia”. Luego de renunciar a las Fuerzas Armadas, iniciar el proyecto de Campamentos y empezar a buscar sus espacios como enfermero, le surgió la posibilidad de hacerse cargo de un Centro de Salud en Mariló. A partir de esa buena experiencia, lo contrataron como Coordinador de Enfermería en Moreno en la zona cuartel 5to: José C paz, Pilar y Moreno. “Fueron años agitados. Casarme, dejar mi lugar de trabajo por diez años, encontrar nuevos trabajos. Afianzarme y poder elegir, hasta hoy por hoy que estoy más tranquilo y estabilizado”, reflexiona.
La vida, al igual que en un campamento, le presenta desafíos constantemente. “Lo mío fue siempre puro esfuerzo. Más allá de todo, aprendí a convivir con otras personas, a sentir con la otra persona, a compartir la vida a cada instante y a ofrecer `un mejor yo´ a otro”.
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